miércoles, 28 de enero de 2009

Lisboa 6. Tudo isto é fado


"Amor, celos,
ceniza y fuego,
dolor y pecado.
Todo esto existe.
Todo esto es triste.
Todo esto es fado."

Amália Rodrigues, (1920-1999), cantante de fado

Dicen que una visita a Lisboa debe incluir, al menos, una noche de fado. Los lugares que ofrecen este espectáculo se encuentran sobretodo en el barrio de Alfama (el más antiguo de la ciudad) y en el barrio Alto. Además, muchos de ellos combinan cena con fado por entre 30 y 40€. Durante la velada, los cantantes de fado se irán turnando sobre el tablado acompañados siempre por la guitarra española, llamada por los portugueses 'viola', y por la guitarra portuguesa, un instrumento de seis cuerdas dobles similar a la bandurria pero con mayor caja de resonancia. Y se turnarán hombres y mujeres, cantarán tres o cuatro fados y volverán a sentarse. ("Almas vencidas, / noites perdidas"). Si la noche fadista se alarga, volverán a cantar.
El fado es un espectáculo de tabernas, pegado siempre al pueblo más humilde, y es recomendable verlo en estos lugares, en las 'Casas de fados', espacios en semipenumbra con paredes decoradas con retratos de fadistas antiguos, lugares en los que se puede tomar una copa en buena compañía hasta el momento de apagar las luces, entonces el fado será protagonista.
Si bien es cierto que hoy en día se vende como un atractivo turístico para los visitantes de Lisboa, el fado es la canción portuguesa por excelencia y en lo más profundo de esta ciudad late la tristeza de un fado, por lo que si queremos conocer un poco más a los lisboetas, debemos emocionarnos escuchando sus penas ("Sombras bizarras / na mouraria / canta um rufia / chocan guitarras").
El fado es siempre melancólico, nostálgico, desgarrado; cuenta y canta historias de dolor y tristeza, de frustración y desamor ("Amor, ciúme, / cinzas e lime, / dor e pecado"), aunque también, sobretodo en Lisboa, se escuchan fados divertidos que narran historias con ironía.
Sentarse a escuchar un fado es olvidarse de todo lo demás, es adentrarse en las melodías más tristes que nos llevarán a trágicos destinos, es disfrutar callado de una pasión emocionada ("Tudo isto existe"), es escuchar como las guitarras arañan la noche ("Tudo isto é triste") y es sentir la caricia de la voz más triste en el corazón más triste ("Tudo isto é fado").
El amor está presente en la gran mayoría de los fados, pero suele ser un amor imposible, perdido o no correspondido. El origen latino de la palabra fado significa 'destino' y para contar las historias reales de la vida, historias en las que el final no es de cuento ni mucho menos feliz, para contar esas historias hay que hablar de amor, sí, pero también de fado ("Nao me fales só de amor / fala-me também do fado").

http://www.youtube.com/watch?v=4-RPSLN0AsE



martes, 27 de enero de 2009

Lisboa 5. Callejuelas y mercados


Otro día hablaremos de Baixa, Rossio o Chiado, los barrios de las tiendas Zara y las calles rectas y perpendiculares, pero me apetece pasear por otros 'bairros' más incrustados en la tierra. La Lisboa vieja, sucia y rota, la de los interminables baches en la calzada, algunos tan hondos que se puede plantar un olivo, la de las fachadas desconchadas y los coches mal aparcados, esa ciudad más caótica, tiene otros encantos. El hecho de vivir en un barrio tan popular como Penha da França o Graça, sobre una de esas siete colinas, me permite recorrer cada día estas calles garabateadas que suben y bajan y se retuercen en esquinas imposibles creando rincones sombríos o abriéndose a amplios miradores sobre el río.
Por aquí las tiendas son tiendecitas de toda la vida: panaderías que abren muy pronto y que cuando venden el último chusco de pan, echan el cierre aunque sean las doce del mediodía, fruterías que son tiendas de ultramarinos con expositores de cintas de casete en la puerta, tiendas de textil que son bazares de retales y ropa cosida de todas clases.
Son calles con sonidos de vida diaria, de encontrarse con un vecino y pararse a hablar, de conversaciones que se ven asaltadas de repente por la campana del eléctrico pidiendo paso por las aceras.
Son muy curiosos los mercados populares en los que se vende de todo, absolutamente de todo, y en los que nada sirve para nada. Zapatos a 50 céntimos, pero eso sí, sólo un zapato. Si en algún otro puesto, o cualquier otro día de mercado encuentras el otro, entonces habrás comprado un par de zapatos por un euro, sino, un sólo zapato por 50 céntimos. Venden gafas graduadas a granel extendidas sobre una manta en el suelo. Es cuestión de comenzar a probarlas (con éstas no leo, con éstas tampoco, ¿pero sabe usted leer?, no, entonces para que quiere unas gafas) hasta que encontremos unas con las que veamos algo. Yo tengo unas. No veo absolutamente nada con ellas, pero me quedan bien.
Pero sorprende sobre todo los objetos tan viejos (una peça, 1€; tres a 2€) que pretenden vender: bisagras oxidadas, clavos doblados, cabezas de muñecas bizcas, el cable de las lucecitas del árbol de Navidad pero sin lucecitas, sólo el cable; moldes de madera para hacer zapatos, por si no encuentras el otro par y te lo quieres hacer tú; paquetes de tabaco vacíos, láminas de dibujos de Durero con manchas de grasa, un pequeño cuadro con la fotografía de una pareja de novios, planchas de carbón, herraduras con sólo seis agujeros, transistores de tercera o cuarta mano, botijos sin pitorro, cuadros de 'La última cena' de Da Vinci, discos de vinilo de Violeta Parra, bolsos de mujer feos, muy feos, horrorosos, maquinitas de videojuegos de las que regalaban en Telepizza, muñequitos de plástico de indios y vaqueros, orinales estampados,... Y así hasta el infinito de las cosas que todos tenemos en casa, que nunca tiramos por si hacen falta pero que no sirven para nada y que, si viviéramos en Lisboa, podríamos vendérselas a nuestros vecinos como si de un tesoro se tratase.
Más allá de los mercadillos que se montan una vez a la semana, podemos saborear este contacto con los lisboetas descolgándonos por las escalinatas del barrio de Alfama hasta la orilla del río. Callejuelas que se enroscan en las casas serpenteando entre balcones y patios con naranjos, ropa tendida y olor a comida haciéndose en las cocinas, nos llevan por espacios que recuerdan a las medinas árabes con sabor a cilantro y 'a churrasco de frango'. A lo mejor la música de un fado antiguo se escucha más allá de una ventana y ese sonido completa una fotografía de sentidos portugueses, muy portugueses.

lunes, 26 de enero de 2009

Lisboa 4. El eléctrico


Por si alguien no lo sabe, Lisboa está construida sobre siete colinas junto al estuario del Tajo, río que aquí se llama Tejo, pero que es el mismo que pasa allá por la Alcarria, ese terreno tan familiar, allá en el centro de la península. Que una ciudad esté construida sobre siete colinas significa que tiene cuestas multiplicadas por siete. Es como siete cascos antiguos de Cuenca uno pegado al otro. Bajas, subes; bajas, subes; bajas y... subes en tranvía.
Para recorrer las calles lisboetas el mejor medio de transporte son los zapatos (de tacón no, ya lo dijimos). El coche, por ejemplo, es mejor dejarlo aparcado y evitar enfrentarse al tráfico caótico de Lisboa. En este aspecto sorprende cómo los lisboetas aparcan en cualquier sitio, sobretodo encima de las aceras, impidiendo el paso a los peatones sin ningún pudor (no quiero ni imaginar cómo podría valerse por estas calles un discapacitado en silla de ruedas). También es habitual dejar el coche en medio de la calle. Sí, sí, en medio de la calle. Si la vía es ancha y el conductor ve que los coches pueden circular en ambos sentidos, esquivando su coche aparcado en el centro de la calzada, les aseguro que no dudará en dejarlo ahí, en medio.
Luego está el asunto de los tranvías, que van por su carril, eso es verdad, pero que en algunos tramos de calles estrechas abordan con su volumen a los peatones que pasean por las aceras. Hay que tener un cuidado tremendo. Y es muy curioso subir en ellos y afrontar con emoción las empinadas subidas entre calles estrechas con curvas muy pronunciadas.
El primer día que monté en uno de ellos, era ya de noche, llovía y los cristales del eléctrico estaban empañados. Sólo se veía algo a través de la luna delantera que barría sistemáticamente un limpiaparabrisas que no daba abasto. Más allá de la lluvia, las luces de la ciudad aparecían tímidas y la gente, dentro del tranvía, se centraba en sus pensamientos ajenos al trantrán ascendente del vehículo.
Debido a que el tranvía estaba bastante lleno, me tuve que quedar junto a la puerta de entrada, justo detrás del conductor, por lo que veía perfectamente cómo el eléctrico desafiaba las cuestas lisboetas camino del barrio de Graça. Subíamos desde Baixa y, tras dejar a la izquierda la mole de la Sé, el eléctrico se pierde entre las callejuelas del barrio de Alfama. En esas estábamos, cuando apareció una pared justo delante de nosotros, en medio del camino. Miro al conductor y veo que está distraído con unos papeles que tiene en la mano sin mirar al frente. Por mi mente pasaron los peores pensamientos. En una milésima de segundo, el eléctrico giró a la izquierda dando un meneo a todos sus ocupantes, el conductor alzó la cabeza, giró una minúscula manivela con la mano, vio como el tranvía seguía cuesta arriba, afanoso y dentro de sus raíles, y volvió a su lectura. En esa milésima de segundo, mi corazón se puso a mil por hora y volvió a relajarse a su pulso normal al ver que delante de nosotros ya no había una pared, sino otra empinada cuesta adoquinada por la que ascendíamos lentos pero seguros.


"Amor é fogo que arde sem se ver"
Luís de Camões

sábado, 24 de enero de 2009

Lisboa 3. Si Franco hubiera sido punki...

¿Y si Franco hubiera sido punki? ¿Se han parado a pensar alguna vez en esto? Tal vez no. Yo tampoco lo había hecho nunca antes, hasta ver esa silueta del dictador luciendo cresta y perilla. Pero la reflexión sobre este asunto puede ser divertida.

Si Franco hubiera sido punki, hubiera llevado cresta, desde luego. Hubiera llevado la cresta más alta, la más estilizada, la más currada, con más colores. Hubiera vestido jeans ajustadísimos, rotos, descoloridos, con tachuelas, con cadenas, con candados. Se hubiera tatuado pecho, brazos y espalda con sus ídolos juveniles y musicales. Llevaría chupas con parches de los Sex Pistols o de The Clash, pírsines hasta en los dientes, y sería el punki más punki de entre todos los punkis. Para eso era Franco, ¿no?

Si Franco hubiera sido punki habría sido perseguido por la policía en las calles de cualquier ciudad hasta dar con sus tatuajes en el calabozo; hubiera vivido en una casa okupada y la higiene no sería una de sus prioridades. Si Franco hubiera sido punki habría sido más liberal, se habría relacionado con personas de la mala vida, habría hecho botellón en conciertos al aire libre en cualquier plaza de pueblo y, sí, se habría fumado los porros doblados. Para eso era Franco, ¿no?

Nos podemos imaginar cómo sería el Franco punki en la década de los setenta, si este movimiento musical, social o lo que fuese, le hubiera pillado con 20 años. Pero todos sabemos que para esos años, Franco estaba en las últimas. Si hubiera llegado a viejo siendo punki, habría terminado en cualquier callejón vendiendo pines y parches, con escaso pelo y rodeado de curiosos personajes, todos de la mala vida, sin duda, como él, pero con un corazón bondadoso que les permitió llegar a esas edades después de haber vivido una vida intensa en patadas y litronas.

¿Y cómo hubiera sido el Franco punki en sus años mozos, allá por los años 30 y 40, cuando ni por asomo se imaginaba el mundo que algún día existiría eso del punk? Pues seguro que nunca hubiera sido militar. Se las habría ingeniado para escaquearse hasta de ir a la guerra. Hubiera sido un adelantado a su tiempo en el terreno de las deserciones. Hubiera desertado hasta de sí mismo. Bueno, desertor de todo tal vez no. A lo mejor se hubiera enrolado en algún comando de combatientes contra el nazismo que asolaba Europa en esos años. Quién sabe. Pero nos podemos imaginar que llevaba el vicio en la sangre, que vestía traje de chaqueta y gorra, como todos, pero su traje estaría un poco arrugado y la gorra nunca estaría bien puesta. Ligeros toques de rebeldía en la vestimenta. Así con el tiempo, con el paso de los años, nuestro Franco rebelde hubiera caído en las redes del punk hasta terminar en un concierto de La Pota dando patadas como uno más. Bueno, como uno más no, como el que más. Para eso era Franco, ¿no?

¿Y si Franco en lugar de punki hubiera sido sindicalista, músico, artista, cantante de cabaret, tabernero, futbolista, cura, taxista, chapero o guionista? Pues cualquier cosa mejor, que ser dictador es muy fácil. Lo difícil es ser humilde y siervo. Si Franco hubiera sido punki a todos nos hubiera ido mejor.

Que fácil es ridiculizar ahora al personaje, ¿verdad? Pero si pensamos en la veces que él lo hizo con los demás (con tantos), les aseguro que no me queda ni un ápice de remordimiento.

Por cierto, me van a permitir que termine esta reflexión dando otro trago a la litrona brindando por la mala vida y por la buena gente. ¡Viva el punk!


Lisboa: Música y cerveja en el Crew Hassan

viernes, 23 de enero de 2009

Lisboa 2. Entre médicos y ferreteros

Una de las primeras recomendaciones para pasear por las calles de Lisboa es no llevar zapatos de tacón, algo que no acostumbro, afortunadamente, y que entendí en el primer paseo, nada más cruzar el portal. Muchas calles están adoquinadas y las aceras se forman con pequeñas piedras blancas, muy juntas unas de otras, pero que presentan cierto peligro para los tacones de aguja. Además estaban mojadas por la lluvia, resbaladizas y con cierto riesgo.
Siguiendo esas aceras empedradas llegué hasta mi primer encuentro con los portugueses. La misión era sencilla: hacer una copia de las llaves de casa. La ferretería está cerca y el cartel decía 'Materiais de construção'. En la puerta encontré a dos hombres, uno de ellos de unos 50 años, con sombrero; el otro era más joven, de unos 25 años, moreno de piel y con una gorra deportiva azul. Les saludo, paso al interior del establecimiento, observo que no hay nadie que atienda tras el mostrador, me giro a la puerta y me saluda ya el señor del sombrero. Le expongo mis necesidades y me dice que el responsable de las copias de llaves no está. “Venrá nuns dez minutos”, dice. “No pasa nada”, le digo. Así aprovecho para ir a comprar al supermercado de al lado, pienso. Pero el señor del sombrero me indica que no es necesario. Llama al joven que estaba con él y le encarga que me haga las copias. El de la gorra se pone manos a la obra y mientras espero, comienzo a pensar en la situación.
Tengo la sensación de que me están tomando el pelo, que ni el del sombrero ni el de la gorra tienen nada que ver con el establecimiento, que estaban en la puerta, tal vez cuidando del negocio mientras el dueño salía a hacer algo, y que no han perdido la oportunidad de hacer negocio. Un español despistado es siempre una víctima fácil.
Tuve una sensación parecida hace unas semanas en una visita al médico en Cuenca. Ya había terminado la hora de consulta cuando llegué pero una enfermera me indicó que me podrían atender en la Puerta 4. Al llegar, cerraba ya esa 'Puerta 4' un señor de pelo blanco y con abrigo. Pensé que era el médico que se marchaba ya y le expuse mis prisas. En aquel momento no di importancia al hecho de que no llevara bata blanca. Acepta atenderme, pasamos a la consulta, me quito la camiseta, me siento en la camilla, me mira la garganta, el pecho, y todo esto sin decir ni una palabra. Terminado el reconocimiento me invita a sentarme frente a su mesa y me mira. Me mira y no dice nada. Pasados unos segundos que a mí se me hicieron minutos interminables, le digo: “Doctor, ¿qué me pasa?”. “Tiene usted un catarro normal”, contesta él. Ni más ni menos. Ni un no fume o no coja frío o tome usted zumo de naranja. Nada. Ni una receta, que parece que si uno va al médico, lo que esperas, como mínimo, es que te recete algo. Pues nada. Me fui a mi casa como había venido, con mi catarro normal. Y con él seguí peleando durante una semana más hasta que pude vencerle.
Pero la sensación al salir de la consulta de aquel médico sin bata era la misma que en la ferretería, me estaba atendiendo alguien ajeno al negocio, alguien no profesional. En el caso del médico pensé que el supuesto doctor sólo era un empleado de mantenimiento que pasaba por allí y decidió vivir su momento de gloria, jugando a los médicos, precisamente. “Tiene usted un catarro normal”. ¿Tu momento de gloria, haciéndote pasar por médico, y sólo se te ocurre eso?
Mientras, en la ferretería el joven de la gorra ya había terminado la copia de las llaves, me cobraron 6 euros, algo que a mí me pareció una barbaridad (“em Espanha será mais barato, aqui não”), y se quedaron los dos mirándome mientras salía a la calle, sin atreverme yo a volver la mirada, porque sabía que los dos, el del sombrero y el de la gorra, lucían en sus rostros una sonrisa medio pícara y medio de satisfacción, como diciendo 'ahí va un pardillo'.
Caminando de nuevo por las aceras adoquinadas de Lisboa, por calles que se confunden entre los barrios de Graça y Penha de França, sintiendo el frío de las llaves nuevas al rozarlas con los dedos dentro de mi bolsillo, con la lluvia cayendo de nuevo y rozando mi rostro, pienso que, tal vez, aquel médico sin bata tenía razón y que yo sólo tenía un catarro normal.

Lisboa: tranvías en el barrio de Alfama

En cada esquina un amigo, en cada rostro igualdad

José Alfonso
Grândola, vila morena:
(traducción)

Grándola, Villa Morena
tierra de la fraternidad,
el pueblo es quien más ordena
dentro de ti, oh ciudad.

Dentro de ti, oh ciudad,
el pueblo es quien más ordena,
tierra de la fraternidad,
Grándola, Villa Morena.

En cada esquina un amigo,
en cada rostro igualdad,
Grándola, Villa Morena
tierra de la fraternidad.

Tierra de la fraternidad
Grándola Villa Morena
en cada rostro igualdad
el pueblo es quien más ordena.

La sombra de una encina
de la que no sabía su edad
juré tener por compañera
Grándola, tu voluntad.

Grándola, tu voluntad
juré tener por compañera,
la sombra de una encina
de la que no sabía su edad.


http://www.youtube.com/watch?v=z_H1pYcI_l0

Lisboa 1: Empezar de cero


Los días pueden comenzar con mala cara pero terminar con buenas sensaciones. Que la primera jornada de unas vacaciones en una ciudad como Lisboa, que anima al paseo, al deambular por sus calles, amanezca con lluvia y fuerte viento, desanima a cualquiera. Las plantas de la terraza de casa se agarraban como podían a su maceta de tierra para seguir viviendo y disfrutar de las impresionantes vistas que tienen enfrente, un privilegio para estos vegetales, testigos mudos del devenir de miles de lisboetas. El viento estrellaba las gotas de lluvia contra el ventanal transparente cuando las nubes se habían apoderado ya de la ciudad y era la niebla el paisaje desalentador que encontré el primer día de mis vacaciones a través de ese ventanal que pronosticaba tan agradables fotografías. “Al otro lado está Lisboa”, pensé.

Como el paseo estaba frustrado, tras un agradable desayuno, decidí ver la ciudad a través de Internet, echando un vistazo a las posibilidades que ofrecía Lisboa debajo de la lluvia, sin imaginarme aún que el mayor acontecimiento del día estaba por llegar.

Después de casi tres años conmigo, mi ordenador personal decidió abandonarme. Así, de un día para otro. Dijo: “te dejo”. Y se fue. Se fue para siempre. Sin tiempo de despediros ni nada. Esta utilísima herramienta de trabajo, después de casi tres años de compartir trasnochadas escribiendo artículos que había que haber entregado ayer, después de largas charlas de messenger transoceánicas, después de ordenar y archivar miles de fotos, después de tantas experiencias vividas el uno frente al otro, decidió no compartir conmigo ni un minuto más. Extraños mensajes en la pantalla y reiterados intentos de autoreinicio (en busca de bocanadas de aire que no llegan, como un pez en un charco) sin pasar del mensaje de 'bienvenido', nos obligan a darle el tiro de gracia, a acabar con sus sufrimientos y a provocar en mí una melancolía acorde al paisaje gris del otro lado del ventanal.

La operación de rescate de información del disco duro resultó nula, y unas horas después teníamos entre las manos una nueva vida. Como el doctor Frankenstein fuimos capaces de aplicar el disco de rescate y convertir un soporte muerto, en un nuevo ser. En un nuevo ser totalmente vacío. Todo estaba virgen, éramos los primeros exploradores de un amplio terreno de megas que se perdía en el horizonte. Éramos como Bastian creando su nueva Fantasía. Teníamos todo el poder y la responsabilidad para empezar de cero, para ir moldeando la tosca piedra de mármol y crear nuestro más bello 'David'. Con expertos golpes de cincel fuimos instalando programas que aportaban actividad y vida a nuestro nuevo bebé que veía la luz en un día oscuro en la vieja ciudad de Lisboa. Pero qué le vamos a contar a Lisboa de 'renaceres' si ella misma se formateó el disco duro aquel trágico día de Todos los Santos de 1755 cuando la tierra tembló a sus pies y no dejó piedra sobre piedra.

Con la misma esperanza que animó a los lisboetas a empezar de cero, la nueva aventura informática daba sus primeros pasos.

Y las personas, ¿podemos formatearnos y empezar de cero? ¿Qué extraños acontecimientos, situaciones, relaciones nos apuntan a la sien hasta la desesperación? ¿Qué resorte activa el disco de rescate? (¿Quién mueve los hilos para volver a empezar?) ¿Lo hemos hecho alguna vez? Seguramente sí, y si recordamos bien, el reinicio siempre viene precedido de un trauma, de una bofetada de viento que se estrella contra el cristal transparente del ventanal. Un fracaso en los estudios, una carta de despido, una enfermedad, un adiós. Después, la pantalla en negro. ¿Y entonces? ¿Cómo sobrevivimos a la falta de aire, a los coletazos del pez en el charco que se evapora? ¿Quién pulsa el 'Enter' de reinicio?

Tras el ventanal, el viento amaina y ha dejado de llover. Sigue el cielo gris, pero las nubes abandonan los tejados de Lisboa y a lo lejos se ve ya el puente '25 de abril', fecha que recuerda, por cierto, otro formateo social, aquella romántica 'Revolución de los Claveles'. En aquella ocasión fue una canción, 'Grândola, Vila Morena', de José Alfonso, sonando en la medianoche a través de Rádio Renascença, el resorte que activó el reinicio y permitió, una vez más (y las que hagan falta) empezar de cero.

martes, 20 de enero de 2009

Obama, contigo todo será más fácil.



Titulares como éste se escuchan o se leen esta mañana: “Obama, la esperanza del mundo”. O como este: “Millones de personas de todo el mundo atentas al nuevo presidente de EE UU”. Y uno más: “Obama llega con una ola de ilusión”.
Reacciones multitudinarias como ésta dan que pensar, aunque no debe resultar tan difícil el análisis. Cuando estamos necesitados de algo, nos agarramos a un clavo ardiendo a la mínima oportunidad que tengamos. Y Obama, por muchas razones, representa una oportunidad, una posibilidad de creer en la esperanza. Al menos así le han tildado en estos meses previos a su desembarco en la Casa Blanca. “La esperanza negra”, es otro titular. En África, comentan los entendidos, se está produciendo un fenómeno ilusionante ante la llegada del nuevo mandamás mundial. Por eso de ser negro, dicen. Sorprende pensar qué ilusión puede tener una familia de pescadores de Senegal o los niños congoleños que se afanan en las minas de Coltán. ¿Le habrán visto en la tele? ¿Tienen tele? ¿Será el nuevo Mesías? Seguramente sí, piensan.
Pues tienen mucho trabajo por delante el señor Obama. Y digo trabajo y no lío, porque lío es el que tenemos encima de la mesa de la oficina, papeleo acumulado, llamadas telefónicas pendientes, cosas que al final del día, si nos aplicamos un poquito, estarán resueltas. Pero Obama, además de lío en la mesa del despacho Oval, que ahora resulta que no es tan grande como pensábamos (en realidad yo nunca pensé cómo era el salón Oval), encima de esa mesa, digo, tiene lío y mucho trabajo, porque las tareas no se resuelvan con llamadas telefónicas o archivando unos documentos. ¿Cómo podrá solucionar el problema de los pescadores senegaleses que ahorran cada céntimo de su escasa ganancia de la pesca para embarcar en un cayuco maldito a sus hijos camino de la Europa del bienestar? Y seguramente este no sea el asunto más complicado. ¿Hablamos de Gaza? No, para qué. Hoy dejaremos a los muertos en paz. Y a los asesinos también. Desgraciadamente.
Obama bendito. Obama aclamado, esperado, llamado, querido, deseado. Amigo Obama: descansa esta noche, porque a partir de la próxima ya no podrás dormir tranquilo. Será imposible hacerlo si uno piensa en la responsabilidad que el mundo ha depositado en ti. Porque tú querías ser presidente de Estados Unidos, pero ahora lo serás de todo el mundo, hasta de África, que parece que nunca ha formado parte de él (siempre fue del Tercer Mundo). Ahora eres el presidente de todos los que tienen algo pendiente. Serás el presidente de la ciudad más pequeña del planeta. En Cuenca, por ejemplo, estamos más tranquilos, porque sabemos que, pase lo que pase, estando tú en la Casa Blanca, ya tenemos asegurado el AVE en 2010, la dichosa autovía y todo lo demás. En ti confían los jóvenes, Obama, para pagar su estranguladora hipoteca; los viejos porque ven en tu risueño rostro moreno a un compañero de petanca; los niños porque sus padres les dicen que crecerán en un mundo mejor. (¿Tan mal estamos para que se produzcan esperanzas como estas? Se ve que sí).
En fin, Obama, amigo, no voy a ser el único que no espera algo de ti, del afamado rey negro: te espero este fin de semana en Albalate para ir a coger aceituna. Contigo todo será más fácil.

jueves, 15 de enero de 2009

Bienvenidos a la república independiente de mi blog

Cualquier nueva opción para divulgar los mensajes, la información y lo que nos dé la gana es buena. Así que vamos a ello. De momento no hay normas, solo una posibilidad más de contar cosas. A ver cómo sale. Salud.