Antes de que llegue el frío intenso de diciembre, el paisaje de Cuenca nos regala las mejores fotografías del año. Es otoño y el otoño en Cuenca y en sus hoces, en sus riberas, visto desde los miradores o asomados a cualquier balcón, esquina o saliente de sus estrechas callejuelas medievales, presenta instantáneas que no debe perderse. Cuenca es en estos días de noviembre más bonita que en ningún otro momento del año.
Con abrigo, eso sí, porque ya son los días cortos y el sol se olvidó de calentar como lo hacía en agosto, le proponemos un paseo por las riberas de los ríos que abrazan la ciudad estos días con una bufanda amarilla. El punto de partida bien puede ser el puente de San Antón para apoyarnos en la barandilla y contemplar la suavidad con la que se desliza el Júcar a nuestros pies, rota sólo su superficie por la estela de los patos o por alguna rama que asoma del fondo cual periscopio que se encalló en el fondo tras la última riada. En frente, los edificios del casco antiguo. Monumental la mole agujereada de ventanucos del seminario. A su lado, Mangana repartiendo sus notas en la tarde de Cuenca por encima de los tejados. Y más arriba aún, el cerro del Socorro, que no quiere perderse el espectáculo de tan singulares vistas.
Ocupan el centro de nuestra foto los chopos del Júcar, mostrando un abanico de amarillos, ocres, anaranjados, marones y algún verde que se quedó rezagado. Día a día esas hojas temblorosas y sensibles ante la más mínima brisa van cambiando de color. La ictericia se apodera de ellas un poco más cada amanecer y llegará un soplo de viento, insensible, que las arrancará de su rama para llevarlas en ráfagas violentas o para balancearlas suavemente hasta caer, agónicas, sin vida, en el agua remansada del Júcar. Serán barco entonces y recorrerán el río hasta encallar en una orilla o hundirse hasta los lechos fluviales. Su viaje habrá sido al menos un espectáculo para los ojos que contemplan la postal del otoño de Cuenca.
Sigue la ribera del Júcar río arriba entre choperas y la carretera de la playa nos dirige hasta el puente de los Descalzos. Tras cruzarlo, la alfombra amarilla se abre camino bajo los sauces, avellanos y álamos. Chisporrotean las hojas a nuestro paso como la lumbre en la chimenea y los tímidos rayos de sol del postrero otoño se asoman entre el ramaje, cada vez más desnudo. Arrulla nuestro caminar el Júcar y las fuentes de Martín Alaja, la de la Peña del Ventorro o la del Batán.
Este puede ser un buen sitio para hacer una parada, descansar si lo necesitamos y, en cualquier caso, sacar de nuestra mochila el libro de poemas que elegimos para esta ruta otoñal. Una vez más, el poeta de Cuenca, será el mejor ejemplo para poner versos a la tarde de otoño. Este paisaje de amarillos y verdes sugirió a Federico Muelas estas líneas:
“Noviembre…
¡Qué desnuda / la acacia del sendero!
Trémulo llama a las cerradas puertas
noviembre, con el viejo
que lleva a las espaldas
un haz de largos retorcidos leños.
A todas sus llamadas
hay una arisca negativa dentro.
Una voz de mujer en la distancia
grita un nombre…
En el yermo
de los tejados crecen
soñando la ceniza del recuerdo.”
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