miércoles, 8 de julio de 2009

PUCARÁ. PREPARANDO LA FIESTA


Pucará se prepara para las fiestas patrias del Perú y lo hace pintando las puertas y fachadas de sus casas y colocando la bandera del país en los balcones. Estos días es común encontrar a las familias atareadas en este ajetreo preparatorio que coincide, además, con la celebración el 9 de julio del aniversario de la batalla de Marcavalle. Pero vayamos por partes.
Pucará es un distrito cercano a Huancayo, perteneciente a esta provincia y distante de esta ciudad unos 25 kilómetros. Aquí es donde se desarrolla el proyecto ‘Comunidades andinas educativas’ que desarrolla Prodei y en el que participo.
Desde hace varios años los vecinos o comuneros de Pucará y de todo el valle del Mantaro, organizan la recreación de una batalla que tuvo lugar el 9 de julio de 1882 y que enfrentó a las tropas peruanas, capitaneadas por el Mariscal Andrés Avelino Cáceres, contra el ejercito chileno. La victoria conseguida por Cáceres en estas tierras de Marcavalle y Pucará consiguió expulsar a las tropas chilenas de la sierra central del Perú.
Para recordar aquel acontecimiento histórico, todo el valle anda estos días atareado en la preparación de ese espectáculo que, en ediciones anteriores ha congregado a más de 30.000 personas, y que este año se representa en la mañana del domingo 12 de julio.
De momento, los niños de una de las dos escuelas de Pucará ensayan el desfile que tiene lugar el mismo día 9, fecha de la batalla. Entre los que forman la banda y los que desfilan, cerca de cien niños y niñas preparan esa marcha. Es una tradición también bañarse todos en el río la tarde de antes para estar limpitos el día de la fiesta.

Niños de Pucará ensayando el desfile del 9 de julio

Y todo esto previo también a la fiesta nacional del Perú que tiene lugar el 28 de julio. Como hemos dicho es costumbre pintar, de cara a esa fecha, las fachadas y las puertas de las casas. Se hace sólo una vez al año y durante estos días se ve esa actividad en las calles y van apareciendo en los balcones las banderas rojas y blancas del Perú. En muchos casos son niños los que se afanan en esas tareas, pero vemos por las calles de Pucará a personas de todas las edades con brocha y rodillo encalando paredes, raspando pinturas viejas, cavando la hierba de la puerta de casa o pintando las puertas de colores muy vivos como el azul o el verde. La fiesta nacional es un buen motivo para que todo parezca nuevo y para darle un aire de salubridad a las casas y a las calles.

Niños jugando

Completa la escena una familia que lava su ropa en una fuente. La madre carga con la niñita pequeña cogida con el aguayo, esa prenda típica de la cultura andina que igual sirve para llevar al bebé que para portar las hortalizas de las chacras. A su alrededor, otros miembros de la familia ayudan en la tarea, juegan o simplemente observan, como hacemos nosotros.

Familia lavando su ropa en una fuente en Pucará

domingo, 5 de julio de 2009

HUANCAYO. FERIA DE ARTESANIA

Los primeros pasos en la ciudad incontrastable de Huancayo, a 3.200 metros de altitud, en la cordillera de los Andes Centrales peruanos, nos han llevado a la feria de artesanía que cada domingo se instala en sus calles. Es la más importante de la provincia y a ella acuden, desde primera hora de la mañana, los campesinos y artesanos de las comunidades cercanas. A lo largo de varias calles instalan sus puestos que se desparraman por un laberinto de colores y aromas. Sin dejar de ser un mercadillo al uso, parecidos a los rastrillos que conocemos en España y con regusto a las medinas árabes, en sus puestos podemos encontrar de todo, desde los tradicionales mates burilados, característicos de esta zona, hasta un traje de neopreno.
Sorteando el tráfico imposible de las calles, esquivando baches y superando los badenes de entrada a los cruces, rebuscando los semáforos entre el paisaje callejero, llegamos a la zona de la feria. Por cierto, no lo he dicho, el equipo lo formamos una peruana, Katia, un colombiano, Marco, una niñita colombo-peruana, Mikaela, la hija de ambos, una holandesa, Jolinda y un español de Cuenca. Vamos, que parecemos una representación de la ONU.
El paseo comienza en la zona de artesanía y nos detenemos en los puestos más coloristas. Los trajes típicos de Perú destacan por su colorido y sobre todo nos llama la atención el fustán, la falda o pollera de las mujeres andinas de esta región. Lucen bordados muy elaborados y de llamativos colores, con cenefas y motivos florales. Se elaboran a mano en las comunidades de campesinos y el trabajo puede prolongarse más de una semana dando puntadas de sol a sol. Su precio ronda los 1.200 soles (unos 300 €). Esas faldas las lucen en las fiestas típicas como las de Santiago que ya comienzan a celebrarse estos días.
Siguen los colores en los puestos de ropa con los chullos, las medias, las chompas (¿se acuerdan del jersey de Evo Morales? Pues eso), los aguayos con los que las mujeres llevan a sus bebés a la espalda y un sinfín de prendas más. A esto sumamos los luminosos tapices con paisajes típicos de los Andes que ofrecen estampas de casitas entre las montañas o de lugares tan populares como Machu Pichu.
Y de fondo, los olores de la comida peruana. Porque aquí se come, sí. En todos sitios y a todas horas hay alguien vendiendo comida. Y gente comiendo, claro. Platos de cebiche al pie de una camioneta, papas de mil sabores, colores y texturas diferentes, y el refrigerio por excelencia, la chicha morada. Me gustó, por cierto.

Puesto de venta de fustán en la feria de artesania de Huancayo.

sábado, 4 de julio de 2009

LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES

Lima, plaza Mayor

Pizarro fundó esta ciudad en el mes de enero de 1535 junto al río Rimac y la llamó Ciudad de los Reyes, por la cercanía de esta festividad del calendario cristiano. Si los Reyes Magos traen regalos a los niños, uno que no ha dejado de serlo, acaba de recibir el suyo.

jueves, 2 de julio de 2009

EN LA CARA

Cordillera de los Andes desde el avión

La asistenta de esta casa también es peruana, como las de España. Aquí es más lógico porque estamos en Lima. Lima, la Ciudad de los Reyes que fundó Pizarro en tiempo de los conquistadores. Lima, la ciudad más triste del mundo, sumergida en una neblina húmeda que oculta el sol y que en estos primeros días de invierno austral hace que los 19 grados que marcaba el termómetro cuando llegamos al aeropuerto del Callao nos hicieran ponernos manga larga.

El viaje comenzó con prisas en la T4 del aeropuerto de Barajas, con carreras por pasillos interminables, colándonos en las filas de los controles, soportando miradas rancias y preguntas del tipo: ¿De qué país sois? Somos de aquí, de España, decimos. Pues podíais dar ejemplo. La señora que nos interrogó de esa forma no entendía nuestras prisas ni que faltaran 10 minutos para el despegue de nuestro vuelo y nosotros estuviéramos aún a 22 minutos de llegar a la terminal, al menos eso indicaba el cartel. Lo cierto es que conseguimos hacer esos 22 minutos en sólo siete. Bueno, a lo mejor fueron ocho, pero llegamos al embarque. Los últimos, pero llegamos.

El viaje fue bastante cómodo con apenas un par de tramos de turbulencias que a mí se me antojaron eternos, pero apenas dos horas molestas de las doce que duró la travesía, hacen un balance del viaje muy agradable. Me impresionó sobre todo sobrevolar la amazonía. Kilómetros y kilómetros de árboles y de ríos que se retuercen como culebras entre sus meandros. Impresiona. Como lo hizo también atravesar la cordillera de los Andes. ¡Las montañas estaban tan cerca! Fue mi primer contacto con esa sierra que conoceré dentro de unas horas. Acostumbrado a ver cerritos redondeados de tonos ocres o montañas cubiertas de pinares, las altas cumbres andinas, de escarpadas aristas, de profundos barrancos, de tierras oscuras, dejaron en mí una primera sensación de grandeza. Claro, esto es lo que tiene ver las cosas desde un avión. Tiempo tendré en los próximos meses de descubrir esas montañas, pero ya desde el suelo, lo que me acercará a los detalles que no se ven desde lo alto, a sus colores, a sus olores, a sus sonidos… Serán las sensaciones que me den en la cara.

Las primeras impresiones con sabor peruano llegaron tras salir del aeropuerto ‘Jorge Chávez’. Eran casi las siete de la tarde y la noche iba cubriendo el Callao, esa provincia incrustada en la región de Lima, con ese puerto tan inmenso que ya vimos al descender el avión sobre la costa del Pacífico.

Nos esperaban con un cartelito. Como en las películas. Carmen, Rosa, Jessy y Paula. Son mujeres que trabajan en la Asociación Pro Derecho Humano (APDH) y que gestionan un centro de acogida para mujeres maltratadas en el distrito de Comas, en Lima. Al salir del aeropuerto tomamos un taxi y aquí llegó el primer encontronazo con la realidad limeña, con una ciudad con un tráfico caótico. El taxista era la persona con más prisa del mundo. Se movía como inquieto de un lado a otro de la furgoneta. Abría puertas, nos animaba a montarnos, metía maletas, subía y bajaba del vehículo y de repente, comenzó a sonar una alarma en el coche como si lo estuvieran robando. Como si lo estuviéramos robando nosotros, mejor dicho. Porque el taxista, fue sonar la alarma y meternos aún más prisa. ‘Monten, monten’. Subió él corriendo, arrancó el vehículo y salimos pitando del aparcamiento del aeropuerto. Y lo de pitando es tal cual. Pitando y con la sensación de estar robando la furgoneta.

Las mujeres iban en la parte de atrás y yo me senté en el asiento del acompañante. De esta forma tuve la oportunidad de conversar con el conductor y de conocer algunos pormenores del transporte colectivo limeño. Por ejemplo, uno muy común son ‘las combis de la muerte’, unas furgonetas tipo Nissan Vanette con ‘chofer’ y un ‘cobrador’ que se encarga de ir voceando por la ventanilla las calles y los barrios de destino por los que pasará la combi. Esta figura del cobrador es muy peculiar porque sobre él recae el malestar de los viajeros si el chofer se equivoca o si el auto coge un bache. Vamos, que los palos van para el cobrador.

Es curioso como los limeños cogen estos vehículos. Se ponen en las aceras, levantan la mano, la combi se acerca, reduce la velocidad, canta el cobrador su ruta y si le interesa, se sube en marcha. La puerta se abre, varios brazos le agarran y le introducen en la marea de gente que ya ocupa la combi, con muchos viajeros ya ‘parados’, que viene a ser ‘de pie’, sin asiento vamos. Capacidad de una combi: infinita.

De esta forma, entre los sonidos del claxon de nuestro taxista y el sonido de los otros dos millones de autos que circulaban a toda velocidad sin respetar en absoluto las luces de los semáforos, atravesamos la avenida de la Marina en el crepúsculo limeño camino de nuestro primer destino en el Perú. Me apetecía que la realidad se fuera asentando en mí, así que bajé la ventanilla y dejé que el viento, los olores, las luces y los sonidos de una gran urbe contaminada, sucia y en la que nunca llueve, se estrellaran en mi cara. De esta forma me empapé de las sensaciones de Lima. Y me gustó.


Lima. Plaza de San Miguel



lunes, 22 de junio de 2009

ME VOY A PERÚ (CON LA MALETA VACÍA)

FOTO: MINKA

Faltaban pocos minutos para la medianoche cuando al final me decidí a enviar la solicitud para el programa Jóvenes Cooperantes de Castilla-La Mancha. Se acababa el plazo. Me había hecho el remolón durante los últimos días ya que me asaltaban todo tipo de dudas. Qué si tres meses es mucho tiempo, que si va a ser una experiencia nueva, que qué van a decir en mi trabajo, que si voy a conocer a gente estupenda. Pues eso, un montón de preguntas que iban y venían. El final tome una decisión. Clic ‘Enviar’.
Volví a tener noticias pocos minutos antes de la medianoche del día de mi cumpleaños. Un mensaje de móvil me avisaba de que había sido preseleccionado. En un momento se me fueron todas las dudas y recibí la noticia con una alegría enorme. Fue como el primer regalo de cumpleaños y a lo largo de las semanas siguientes me he ido ilusionando en cada encuentro, curso o jornada de preselección o de formación (para los que han estado conmigo es lo mismo que decir Palancares, Chillarón y Toledo). Tres meses después de recibir ese mensaje, cercana ya la medianoche, y a pocos días de iniciar el viaje, hago balance de lo intensos que han sido estos días previos y de lo que he aprendido. Poco conocía yo de la cooperación internacional y ahora esas palabras, u otras como desarrollo o países del Sur, y otras muchas, se van amueblando en mi mente contribuyendo a modelar mi forma de pensar sobre determinadas preocupaciones.
También ha aparecido estas semanas Perú, el país andino donde los Incas miraban a las estrellas. Y con Perú otros nombres, conceptos y gentes: Lima, Huancayo, Junín, los Andes, la altitud (¡3.200 m!), el soroche, las comunidades educativas, Prodei, Alan García, las reivindicaciones de los indígenas de la amazonia, la Pachamama, la yuca… ¡Y lo que me queda por aprender!
De momento ya me he vacunado y me he comparado una maleta. Ahora falta llenarla. ¿Qué me llevaré? Llenar una maleta es como querer saber qué vas a necesitar en el tiempo del viaje, pero ¿cómo saberlo? Si al menos tuviera el bolso de Sport Billy, del que sacabas cualquier objeto de tamaño minúsculo y adquiría su volumen real en milésimas de segundo (sí, ya vamos teniendo unos años). Pero no, la maleta está vacía y me marcharé al Perú con ella vacía. Ya la llenaré.
No es muy grande así que tendré que apretar en ella todos los paisajes que vea, las sonrisas que reciba, los abrazos que pueda dar y que me den, las voces que no querré olvidar, los momentos que me encojan el corazón, los sabores que descubriré (los que me gusten y los que no), el frío de las montañas, el calor de las miradas, el vuelo de los cóndores, el roce de una mano, el viento en la cara, los colores de un chullo apretado a un rostro, el sonido del agua de los manantiales, el encontronazo con alguna llama maleducada, las notas de las canciones que escuche, el sabor de las hojas de coca, las historias que me cuenten y que no querré olvidar, la sensación de mirar al cielo desde Machu Pichu…
Creo que voy a necesitar el bolso mágico de Sport Billy, (he de confesar que siempre he querido tenerlo).

miércoles, 13 de mayo de 2009

PREGUNTAS DIFICILÍSIMAS (al profesor Ángel Luis Mota)

“-Jaimito, dinos una palabra que tenga cinco veces la letra ‘i’.

-Pero, señorita, eso es dificilísimo.

-Muy bien, Jaimito. Aprobado”.

Permítanme que eche mano de este chiste infantil para referirme al profesor Ángel Luis Mota, y digo lo de profesor con todas las de la ley y cariñosamente pues es así como me refería a él en la radio, aunque uno no haya sido nunca alumno suyo en las aulas, pero sí en la vida y supongo que, al cabo de los años, también frente al micrófono. Un chiste inocente y a la vez ingenioso como era el humor que derrochaba Ángel Luis, partículas de risa que se le caían al suelo por donde pasaba dejando un rastro amigable e irónico. ¡Qué suerte haber podido caminar junto a él!

Muchas veces lo he dicho, pero los viernes, a la una de la tarde, ha sido durante muchos años el mejor momento de la semana, de mi semana. A esa hora el profesor Ángel Luis Mota llegaba a la redacción de SER Cuenca para hacer en directo su sección de cine en ‘Hoy por hoy Cuenca’. Cuando recogí el testigo del programa de mi compañera Aurora Duque, el profesor venía en el lote. Nadie, a lo largo de la decena de años (o más) que ha colaborado con la SER, se había cuestionado nunca esos minutos de radio. Un espacio sobre cine contado con amabilidad, con buen rollo, sin tecnicismos, para todos. Jamás se dijo nunca ‘no vayan a ver esta película’ o ‘esta otra no merece la pena’. Siempre estaba su amigo Jacinto a quien le gustaban las películas de Van Damme, por ejemplo.

Ese tiempo de cine en la radio era esperado por mí porque traía relajación. A esa hora de los viernes la actualidad ya no te mete prisa y el espacio de Ángel Luis se hacía sin guión. No hacía falta. Es más, me hubiera podido salir del estudio (como alguna vez hice) y él hubiera seguido hablando, contándole a los oyentes cualquier historia, aunque ésta nada tuviera que ver con el cine.

Para explicar los argumentos de las películas siempre me ponía de ejemplo. Con él he sido desde un pastor de cabras en el Atlas hasta un excombatiente del Vietnam con problemas psicológicos. Un día llegó a comparar los rituales de apareamiento de los pingüinos con mi vida sexual.

El resultado final era, no ya la risa, sino la carcajada, también compartida con sus oyentes, esos oyentes que le han reclamado en las ondas y que, sé con seguridad, tanto le echan de menos.

El remate final a ese espacio de cine era siempre la charla con ellos, con los oyentes a los que regalábamos una entrada de cine si respondían correctamente a las preguntas del profesor Ángel Luis Mota. ‘Preguntas dificilísimas’ decíamos con ironía pues hasta los niños las sabían, como el chiste de Jaimito.

Si las películas están hechas de fotogramas, la vida lo está de sensaciones. Las que me ha dejado Ángel Luis las guardo celosamente y aunque haya podido compartir algún retazo en estas líneas, lo mejor lo guardo bajo la piel, que es donde más calienta.

Si me permiten, proyecto para terminar uno de esos fotogramas: el estudio de radio, el micrófono y su voz grave terminando de contar el argumento de una película cualquiera “…y al final ¿qué pasará? Eso ya no lo contamos. Vayan al cine”.