jueves, 20 de agosto de 2009

DIARIOS DE PERUCICLETA

A partir del sábado 12 de septiembre la revista 'Crónicas de Cuenca' publicará una serie de reportajes, bajo el título genérico de 'Diarios de Perucicleta', en los que contaré a sus lectores cómo es este país andino. El título hace referencia a mi medio de transporte aquí, la moto, y a aquel viaje de Ernerto 'Che' Guevara a través del continente sudamericano.
Les contaré desde cómo fue la toma de contacto con la realidad a 3.200 metros de altitud, cómo es Huancayo, con sus mercados y su importante feria de artesanía dominical. Incidiré en el trabajo que Prodei desarrolla en las comunidades del distrito de Pucará, les contaré el día a día de esa actividad y viviremos una jornada completa con esos niños para saber cómo se las arregla una familia de siete hijos cuando los padres salen muy pronto cada mañana a trabajar al mercado y la responsabilidad en el hogar recae en los hermanos mayores de apenas doce años.
La comarca del valle del Mantaro es conocida, además de por su agricultura, por la artesanía centenaria que se sigue realizando en algunas de sus comunidades. Aprenderemos a decorar los ‘mates burilados’ tan típicos de esta zona y tan reclamados por los turistas y estaremos con un artesano platero en su taller conociendo el arte de la filigrana de plata. Sí, de la plata que aún dejaron los españoles en el Perú.
La cultura andina está repleta de fiestas y de rituales y en este tiempo he tenido la oportunidad de asistir a varios. Por ejemplo, compartiremos con los niños de Talhuis, una comunidad a 4.000 metros de altitud, a la que casi nunca llega nadie, la ceremonia del ‘pagapu’ u ofrenda a la tierra, a la Pachamama. Rituales similares repetiremos en las laderas del nevado de Huaytapallana, la cumbre de nieves perpetuas que domina el valle del Mantaro y el punto más alto de una cordillera que fluctúa los 5.000 metros. La montaña está considerada por los andinos como un ‘apu’, o lo que es lo mismo, casi una divinidad a la que se venera y respeta. En busca de la naturaleza más virgen, les mostraré cascadas y cavernas y nos asomaremos a las cumbres para degustarnos la vista con la contemplación de la cuenca del Amazonas y su infinita llanura verde.
Visitaremos el cercano convento de Ocopa, construido por los franciscanos en el siglo XVIII. Su biblioteca es una de las más antiguas del continente y en ella se encuentran incunables invalorables con las crónicas de la evangelización y la conquista que redactaron los franciscanos a lo largo de varios siglos.
La estancia en Perú me permitirá también conocer otras regiones del país. Recorreremos las playas de la costa norte visitando las ciudades de Chiclayo y Trujillo y paseando a la orilla del Pacífico junto a los pescadores en sus barquitas conocidas como ‘caballitos de totora’. Visitaremos los restos arqueológicos de la tumba del Señor de Sipán y de las primeras civilizaciones que poblaron la costa en las ‘huacas’ del Sol y la Luna o en las ruinas de Chan Chan.
Dedicaremos el tiempo necesario a descubrir Lima, la Ciudad de los Reyes, en la actualidad una urbe de ocho millones de habitantes y llena de contrastes. Pasearemos por las avenidas de Miraflores en la zona más moderna de la ciudad, nos asomaremos al Puente de los Suspiros en Barranco, montaremos en las ‘combis de la muerte’ para llegar a las barriadas del cono norte como ‘Comas’, para que descubran la miseria de barrios como Collique, donde también trabaja Minka con la ONG limeña Asociación Pro Desarrollo Humano (APDH) que gestiona una casa de acogida para mujeres que sufren violencia doméstica. De esta forma descubriremos cómo en Lima podemos encontrar el mayor complejo de fuentes en el Círculo Mágico del Agua, y a la vez, barrios sin agua corriente. Todo esto sumergidos en esa neblina gris, del mismo color de la tierra, que empaña a la ciudad con una tristeza infinita.
Y por supuesto, no abandonaré Perú sin visitar Cuzco, el ombligo del mundo de los Incas, Machu Picchu, la ciudad de Puno y el lago Titicaca, y sin contemplar desde las alturas las famosas y misteriosas ‘líneas’ de Nazca.

A LA MITAD DEL CAMINO

En la moto con Marco T Peña, con quien trabajo

Después de sobrepasar la mitad de mi estancia en Perú y a falta de un mes para terminar el proyecto en Huancayo, son ya muchas las experiencias que se acumulan. Aquellos primeros días de julio resultaron un poco confusos, con el cambio de horario, el mal de altura y todas las sensaciones nuevas. Resultaron difíciles pero, ¿cuándo es fácil un cambio? ¡Era todo tan distinto! Desde el bullicio de las calles y el tráfico a la gastronomía siempre picante con una pizquita de ají en todos los platos.
Llegué a Perú sin conocer a nadie y era como comenzar de cero. Otra vez. Resetear. Tuve que ubicarme en una nueva casa, en una ciudad distinta, con nuevos compañeros de trabajo. No, no fueron fáciles aquellos días. Pero resulta que ahora parecen hasta lejanos. La impresión que me causaba la suciedad, por ejemplo, de los niños de las comunidades en las que trabajamos, es algo que ahora pasa desapercibido. Si aquellos días me resultaba incómodo el simple hecho de tocar sus manos, poco a poco ha ido desapareciendo esa sensación y disfruto jugando con ellos, con su contacto físico cuando te ven y vienen corriendo a abrazarte.

Seis hermanos de una misma familia

Y esto es sólo un ejemplo, porque ha ido sucediendo con otros aspectos. La casa en la que vivo que me parecía triste y aburrida ahora es acogedora y me siento a gusto cuando llego cansado por la tarde; si tenía casi pánico de subir las cuestas de Talhuis en la moto, ahora disfruto del viaje y del paisaje; si sufría ante un plato de comida cocinada sabe Dios cómo, ahora caigo ante el arroz y el trozo de pollo con hambre; si no llegaba a entender las apreturas de los viajes urbanos en combi, ahora me parece más divertido cuanta más gente vamos.

Cualquier sitio es bueno para sentarse a comer. Mujeres en una fiesta de Santiago en Raquina

Esto es Perú y si yo tenía otra impresión antes de venir, puedo decirles que ha desaparecido y que Perú es como es. Es así, con todas estas incomodidades que ya no lo son para mí. ¿Saben una cosa? A pesar de la miseria que pueda haber en un país tan pobre como este, no he visto a nadie pedir en las calles. Por muy pobre que sea alguien, si quiere conseguir unos céntimos siempre te ofrece algo, te vende algo. Como ejemplo, una viejecita vestida con harapos en una esquina. A sus pies tiene una báscula, de esas planas que casi todos tenemos en el baño de casa. Por 10 céntimos de sol puedes saber tu peso. Siempre hay algo que vender. Como los que ofrecen el teléfono móvil (aquí celular) para hacer una llamada, una simple llamada. Si tú no tienes móvil, usas uno de estos que te ofrecen en las esquinas al grito de ¡llamadas, llamadas! y pagas el importe. Así de sencillo.

Claustro primitivo del convento franciscano de Ocopa, de 1725

Después de mes y medio en el proyecto ‘Comunidades Andinas Educativas’, como ven, he tenido tiempo de adaptarme a la realidad, de conocer el entorno en el que me muevo, de comprender que la primera impresión no es la que cuenta sino lo que viene detrás. En este tiempo he puesto en marcha tres talleres de radio en las comunidades de Pucará (éste está a punto de terminar), en Talhuis y en Raquina. En este tiempo he asistido a un pagapu de ofrenda a la Pachamama, he pateado las calles de Huancayo hasta la feria de artesanía, he conocido cómo se hace un mate burilado, he recorrido los claustros del convento de Ocopa donde los misioneros franciscanos se preparaban antes de iniciar su aventura de evangelización en la selva amazónica hace 300 años, he visto cómo los pucarinos representan una batalla que ocurrió hace más de cien años, he bailado en las fiestas de Santiago con un grupo de eslovenos, he probado la pachamanca y no me gustó, y un plato de arroz con marisco que me estuvo tan rico como si lo comiera en la playa de Valencia, he sufrido la tristeza gris y húmeda de la ciudad de Lima, pero también he vivido en esta ciudad las sensaciones más intensas, he metido los pies en las aguas del Pacífico en una playa inmensa y solitaria, he visto tumbas de hace 2.000 años o más, he mascado coca a 4.000 metros de altitud, he cruzado el cauce de un río en autobús, he hecho tantas cosas que hasta me ha mordido un perro, aunque en este caso yo no quería. De esto hace mes y medio, pero parece ¡tan lejos!

lunes, 10 de agosto de 2009

MATES BURILADOS

Mate burilado

En los últimos días he tenido la oportunidad de descubrír el arte de decorar los mates o calabazas por medio del buril o con el calor de la brasa de una madera de quinoal. Víctor Juvenal Veliz me abrió las puertas de su taller de mates burilados en Cochas Chico.

Víctor Juvenal Veliz trabajando el mate burilado

domingo, 2 de agosto de 2009

¡A LA PLAYA!


Aprovechando las Fiestas Patrias del Perú, los dos jóvenes cooperantes de Minka en este país se han ido de vacaciones. Unos días en busca del sol y la playa que tanto echan de menos en estos días de finales de julio. Ruta hacia el norte con destino a las ciudades de Chiclayo y Trujillo y su entorno. Los días les depararon encuentros con civilizaciones antiguas como los Moches de la huaca de la Luna o los Chimú de Chan Chan. El caminar les llevó a la orilla del Pacífico para, al menos, meter los pies en el mar y disfrutar del atardecer. También, en la mesa, los jóvenes cooperantes disfrutaron del mejor pescado de la costa norte peruana.
Al final de la semana esperaba Lima, con recorridos por el centro, almuerzo en el bar Cordano, visita al Circuito Mágico del Agua, Miraflores, Barranco y la noche limeña.

Caballito de totora en la playa de Huanchaco.


Atardecer en la playa de Huanchaco.


Catedral de Trujillo.


Ventana enrejada en las calles de Trujillo.


Playa de Pimentel.


Feria de Monsefú, cerca de Chiclayo.


Perros y policías en Lima cerca de la plaza de Armas.


Circuito Mágico del Agua en Lima, el mayor complejo de fuentes del mundo.

sábado, 25 de julio de 2009

KALLPA

Desde el Huaylarsh (música tradicional del valle del Mantaro) a la cumbia. El grupo Kallpa incluye en su repertorio un amplio abanico de música andina y de otras zonas del Perú y de países como Bolivia, Ecuador o Colombia, con sonidos tan tradicionales como el baile del Santiago. Al ritmo de la quena o el charango, los músicos de Kallpa amenizan las noches del fin de semana en el local 'La Cabaña' en el centro de Huancayo. Además, son amables y dedican canciones a los españoles 'invasores'. Les seguiremos la pista.

martes, 21 de julio de 2009

COMUNICÁNDONOS

Jugando con teléfonos de plástico

Emisor, mensaje, canal, receptor. Los niños de la Asociación Educativa Infantil de Rumichaca, en Pucará, han participado en la primera sesión del Taller de Radio. A través de juegos les hemos explicado los conceptos básicos de la comunicación. Comenzando por algo tan sencillo como exponerles a sus compañeros qué han hecho durante esa mañana han comprendido que para que exista comunicación siempre hay alguien que cuenta algo, el emisor, alguien que lo escucha, el receptor, y algo que contar, el mensaje.
Les hemos explicado la diferencia entre los distintos canales de comunicación como el oral o el escrito. En este segundo caso hemos utilizado la diferencia entre escribir un mensaje en castellano o en quechua y como no todos podemos comprenderlo al desconocer el idioma.
Hemos jugado a las señas para explicarles que existen distintos códigos de comunicación más allá de las palabras. Todos conocían alguna seña que significa algo: el dedo índice sobre la boca indica silencio, el puño cerrado con el pulgar extendido hacia arriba indica algo positivo o aprobado.
Hemos jugado al teléfono roto para explicar las interferencias como los elementos que hacen que el mensaje no llegue con claridad al receptor y para finalizar hemos hecho el sencillo pero siempre divertido teléfono con vasos de yogures. Algunos niños han sido innovadores y han creado toda una red con cinco teléfonos conectados entre sí y, todo hay que decirlo, funcionaba.
Ha sido mi primera experiencia pedagógica con niños, guiado siempre por los ‘profes’ Marco y Jesús, y el resultado es positivo.

jueves, 16 de julio de 2009

PAGAPU (OFRENDA A LA TIERRA)

El layqa Víctor E. Vilcahuaman en plana ceremonia del pagapu

Conforme se va acercando el mediodía, aprovechando que el sol alcanza su cenit, los niños de la escuela de Talhuis, una comunidad del distrito de Pucará a unos 4.000 metros de altitud y a la que se llega serpenteando un camino empinado entre eucaliptos y algún rebaño de ovejas, se van congregando en el ‘estadio’, una anchura entre las montañas lo suficientemente amplia como para crear un campo de fútbol. Este espacio recreativo ha sido el elegido para realizar el ‘pagapu’, la ofrenda a la Pachamama, un acto de renovación que consiste en devolver a la tierra lo que nos da. El objetivo es recrear y revivir una tradición andina prehispánica para que los niños la recuerden. Junto a ellos, sus profesores y algunos padres de la comunidad van a participar en la ceremonia que dirige Víctor E. Vilcahuaman, un sacerdote andino, un ‘layqa’.

Los asistentes al pagapu en la comunidad de Talhuis

El sol acompaña con una buena temperatura y la expectación va creciendo conforme se desarrollan los preparativos. En el lugar elegido, el layqa extiende una manta sobre el suelo. Desata los fardos y va sacando los elementos que conforman la ofrenda. Para transportarlos hasta Talhuis se han utilizado bolsas de plástico o recipientes del mismo material, pero el layqa los retira. “En el pagapu no podemos utilizar este material, el plástico”, explica Víctor, "porque todo debe ser natural". Es entonces cuando dispone de cazoletas de madera, cuencos de barro y pequeños recipientes de estos materiales que se van distribuyendo sobre la manta. En cada uno de ellos va colocando un sinfín de productos hortícolas andinos: papas de diversas variedades (amarillas, moradas, blancas -guairo-, redondeadas, alargadas, retorcidas -camote y camotillo, que son papas dulces-), semillas como la kiwicha, la quinua, la mashua o el pallar, maíz, dulces, habas, flores de altura como la flor de Santiago o 'wamalli' que crece en esta época. Todos los elementos de la ofrenda han de ser autóctonos de la comunidad y cada participante en la ceremonia aporta algo.
También forma parte del pagapu la 'chicha de jora', esa bebida a base de maíz molido y fermentado tan común en los Andes. El layqa deja a los niños la labor de verter el líquido desde la garrafa de plástico a una tinajilla de barro llamada 'porongo' y otros participantes se encargan de repartir entre los asistentes al pagapu la primera ronda de chicha. Todos toman un primer vaso. Comienza el ritual. Junto a la chicha, otros licores como el aguardiente de caña o cañazo macerado en una frasca de vidrio que contiene cuatro serpientes y que ponen un punto exótico a la ceremonia. También se distribuye una ronda de este licor entre los asistentes, pero esta vez sólo a los adultos.

Niños repartiendo chicha

Y otro elemento fundamental en el pagapu es la hoja de coca, la planta sagrada. También queda reservado este uso a los adultos que por turnos, a la vez que van mascando coca, van eligiendo de sus bolsas las mejores hojas para formar el ‘quintu’, es decir, cuatro hojas no dañadas ni dobladas que colocan superpuestas y se cogen con los dedos índice y pulgar. Ritualmente cada uno deposita su ‘quintu’ en un cuenco de madera que pasará a formar parte de las ofrendas que se disponen ya sobre la manta extendida.
El círculo de los asistentes al pagapu permanece atento a los movimientos del layqa que va explicando en castellano los motivos de tan singular ritual: “El pagapu es el pago a la tierra. Es costumbre realizarlo una vez al año como ofrenda y a la vez como petición a la Pachamama. Su misión es pedir buenas cosechas, agua para los campos y bienestar y fecundidad para los ganados”.
En la actualidad el pagapu está más relegado al ámbito familiar y a la intimidad del hogar donde la ceremonia la oficia el patriarca. Muchas familias andinas disponen en un lugar subterráneo de sus casas de un pequeño altar, cerca de la tierra, donde realizan sus ofrendas a la Pachamama. Una de las razones por las que los pagapus han dejado de hacerse en comunidad es la religión cristiana que quiso eliminarlos al tratarse de un ritual pagano.
El pagapu lo realizan algunas comunidades en fechas especiales durante todo el año, por ejemplo, en el mes de febrero cuando siembran sus papas para pedir una buena cosecha, aunque los meses de junio, julio y agosto también son buenas fechas “porque los cerros están sensibles”, explica el layqa. Además, julio es el mes del Santiago, la fiesta de los animales o 'tingachicuy', también una celebración pre-hispánica adaptada al cristianismo en torno a la festividad del apóstol Santiago el 25 de julio.
El silencio y el respeto de los niños, otras veces correteando y gritando por este campo de fútbol, acompañan las explicaciones de Víctor. A lo lejos, el rebuzno de un burro en los cerros parece ser el único elemento que distorsiona el ritual.
Otros elementos fundamentales en el pagapu son las ‘illas’. ¿Qué son? Ni más ni menos que piedras con formas de animales como el cui, la oveja, la llama, la vaca, la gallina. Animales domésticos de la vida andina. Estas piedras se encuentran el los cauces de los ríos o en las laderas de los cerros. Según la cultura andina, una 'illa' sólo se encuentra por un golpe de suerte o por la fe que tiene el campesino. El layqa dispone de varias de ellas para el pagapu y su similitud con los animales a los que representan es asombrosa. “Una 'illa' es, como se diría en castellano, el prototipo, el arquetipo y viene a ser lo mismo que el espíritu del animal al que representa”. Su función en el pagapu es precisamente pedir por la salud o por una buena cría de esos animales domésticos.
Víctor E. Vilcahuaman cuenta a los asistentes una leyenda inca asentada en estas tierras del valle del Mantaro: “Hace mucho tiempo este valle era un mar en el que habitaba un ‘amaru’, una serpiente alada. Con el tiempo, el dios Viracocha creo otro 'amaru' para que el primero no estuviera solo pero ambos terminaron en disputas. La lucha entre los dos provocó el derrumbe de las montañas y el desbordamiento de aquel mar interior formándose entonces el río. El reptar de los 'amarus' por el valle dio lugar a las piedras con formas de animales”. Ese es el origen de las 'illas' que hoy encontramos como parte de este ritual.

Ofrendas para el pagapu

Ataviado con vestimentas tradicionales de los andes, con el ‘kipu’ en la cintura (esa retahíla de cuerdas anudadas de colores que los incas utilizaban para anotar, para registrar los números, los acontecimientos, las cosas que pasaban), con bolsillos de piel de cóndor o de vicuña, el layqa deja de utilizar el castellano y comienza el ritual en quechua. También, anudado a su cintura, lleva un ‘wuaraca’, un cinturón de lana anudado que “me da fuerza espiritual para hablar con los ‘apus’, las divinidades de la tierra como los cerros, los ríos, las lagunas, los valles, las colinas”, explica.
Dos elementos más conforman el ambiente del pagapu: el fuego y el sonido. Junto a las ofrendas extendidas sobre la manta en el suelo, el layqa enciende un pequeño fuego con madera de ‘palo santo’, un árbol amazónico. Y el sonido lo produce con la ‘tinya’, una especie de tambor andino elaborado con piel de oveja “aunque en la antigüedad se hacía con piel de perro”. Algunos dicen que también los incas llegaron a hacerlos con la piel de los españoles.
Entre el humo oloroso de la fogata y el sonido de la 'tinya', acompañado por las frases en quechua, el layqa realiza la ofrenda a los ‘apus’, a la Pachamama y al Sol, el 'inti' que adoraban los incas. Tras unos minutos de invocación y conjuro, casi de abstracción, Víctor vuelve a hablarnos en castellano: “Ahora vamos a depositar todos las ofrendas en la tierra”. Es la parte siguiente del pagapu, devolver a la tierra lo que la tierra nos ha dado.

Frasca con aguardiente de caña
A apenas unos metros del lugar donde se ha celebrado la ceremonia, el layqa elige una oquedad en la tierra. Allí, siguiendo el antiguo ritual y de nuevo con frases en quechua, Víctor va depositando las papas, las semillas, el maíz, los garbanzos, las habas, los dulces, las flores, la chica, el aguardiente de caña, las flores de altura y todas los ofrendas que cada participante ha aportado al pagapu. Vuelve a la tierra lo que de la tierra salió. La Pachamama está agradecida, el ritual se ha cumplido y la 'tinya' suena alegre mientras los participantes entonan canciones en quechua. Después del pagapu llega la fiesta.

El layqa deposita las ofrendas en la tierra