Por si alguien no lo sabe, Lisboa está construida sobre siete colinas junto al estuario del Tajo, río que aquí se llama Tejo, pero que es el mismo que pasa allá por la Alcarria, ese terreno tan familiar, allá en el centro de la península. Que una ciudad esté construida sobre siete colinas significa que tiene cuestas multiplicadas por siete. Es como siete cascos antiguos de Cuenca uno pegado al otro. Bajas, subes; bajas, subes; bajas y... subes en tranvía.
Para recorrer las calles lisboetas el mejor medio de transporte son los zapatos (de tacón no, ya lo dijimos). El coche, por ejemplo, es mejor dejarlo aparcado y evitar enfrentarse al tráfico caótico de Lisboa. En este aspecto sorprende cómo los lisboetas aparcan en cualquier sitio, sobretodo encima de las aceras, impidiendo el paso a los peatones sin ningún pudor (no quiero ni imaginar cómo podría valerse por estas calles un discapacitado en silla de ruedas). También es habitual dejar el coche en medio de la calle. Sí, sí, en medio de la calle. Si la vía es ancha y el conductor ve que los coches pueden circular en ambos sentidos, esquivando su coche aparcado en el centro de la calzada, les aseguro que no dudará en dejarlo ahí, en medio.
Luego está el asunto de los tranvías, que van por su carril, eso es verdad, pero que en algunos tramos de calles estrechas abordan con su volumen a los peatones que pasean por las aceras. Hay que tener un cuidado tremendo. Y es muy curioso subir en ellos y afrontar con emoción las empinadas subidas entre calles estrechas con curvas muy pronunciadas.
El primer día que monté en uno de ellos, era ya de noche, llovía y los cristales del eléctrico estaban empañados. Sólo se veía algo a través de la luna delantera que barría sistemáticamente un limpiaparabrisas que no daba abasto. Más allá de la lluvia, las luces de la ciudad aparecían tímidas y la gente, dentro del tranvía, se centraba en sus pensamientos ajenos al trantrán ascendente del vehículo.
Debido a que el tranvía estaba bastante lleno, me tuve que quedar junto a la puerta de entrada, justo detrás del conductor, por lo que veía perfectamente cómo el eléctrico desafiaba las cuestas lisboetas camino del barrio de Graça. Subíamos desde Baixa y, tras dejar a la izquierda la mole de la Sé, el eléctrico se pierde entre las callejuelas del barrio de Alfama. En esas estábamos, cuando apareció una pared justo delante de nosotros, en medio del camino. Miro al conductor y veo que está distraído con unos papeles que tiene en la mano sin mirar al frente. Por mi mente pasaron los peores pensamientos. En una milésima de segundo, el eléctrico giró a la izquierda dando un meneo a todos sus ocupantes, el conductor alzó la cabeza, giró una minúscula manivela con la mano, vio como el tranvía seguía cuesta arriba, afanoso y dentro de sus raíles, y volvió a su lectura. En esa milésima de segundo, mi corazón se puso a mil por hora y volvió a relajarse a su pulso normal al ver que delante de nosotros ya no había una pared, sino otra empinada cuesta adoquinada por la que ascendíamos lentos pero seguros.
1 comentario:
He descubierto hoy tu blog!!!!
esto es muy chulo!!!!
Me ha gustado mucho, eres un gran tio!!!!!
ja,ja,ja,
por cierto... lo de obama.... sin nombre!!!!!
alucinante Paco!!!!
Gracias por estos momentos!
besetes y pasalo bien
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